miércoles, 10 de agosto de 2016

10 de agosto, pueblo del norte.

Si te digo la verdad, no se cómo llegué allí. Siempre me he dicho que me gusta mucho la aventura, pero aquella vez me había superado. Me dolía muchísimo la cabeza y sólo recordaba el interior oscuro de aquella furgoneta roja en la que había venido. Colarse en una furgoneta no es complicado, pero si le sumamos que llevaba el brazo en cabestrillo y que había perdido mis gafas, la cosa se dificultaba. Levanté la cabeza y miré al cielo, no serían más de las 7 de la mañana, o eso creía. Confiaba en mi sentido de la orientación tanto como en los cerdos con alas. El paisaje era una maravilla, y yo, objeto extraño en aquel lugar, desentonaba en todos los sentidos. No más de quince casas tendría que haber en ese pueblo, o esa aldea, pensé. Se me pasó por la cabeza aquel anuncio de Aquiarius en el que los pueblos pequeños solicitaban habitantes, y salían ancianas adorables que te ofrecían un buen trozo de queso para acompañar esa bebida de deportistas. Tras diez minutos imaginando una bebida refrescante cayendo por mi garganta, me levanté. Un cartel, situado a mi derecha, decía que estaba en un pueblo del norte, aunque desconocido para mi. No llevaba ni tres euros en el bolsillo, pero mi idea era comerme medio jabalí en aquel lugar. Así pues, eché a andar hacia la entrada del pueblo. Nada más entrar, la gente del pueblo se asomó a las ventanas y me empezaron a aplaudir y a ovacioSergio, mejor cuenta como fue en verdad. Por no haber, no había ni la típica cruz cristiana de todo pueblo. Sólo silencio.

lunes, 4 de julio de 2016

Benidorm, andén 28.

"-Mira cielo, es ahí, andén 28"- la miré y por fin sonrió. Se atacaba mucho cuando no encontraba algo y se empezaba a quejar diciendo palabras como 'opresor', 'machista' o cosas así, que aunque no vinieran al caso las decía. Y a mi me encantaba, ni se lo podía imaginar. Ambos llevábamos el típico sombrero de paja para la playa, con la maleta a cuestas y gafas de sol. Parecíamos extranjeros, totalmente fuera de lugar de aquella estación fría y vacía. En seguida empezamos a aprovecharnos de esto y puestos a esperar el autobús, lo hicimos gastando bromas a los típicos abuelos que van a Benidorm a ponerse negros como un grillo. Jane eligió ventana, y a mi me tocó pasillo. Nos pusieron la típica película de autobús, la cual empezamos a interpretar con nuestros propios diálogos. Yo me quedaba mirándola mientras reía y pensaba "soy feliz de estar aquí con ella, no me cambiaría por nadie en el mundo". Cogía su mano mientras me hablaba y notaba que era la mano que quería tener a mi lado toda la vida. El viaje duró cerca de 6 horas y cuando llegamos, un olor a mar, seguido de un calor espantoso nos invadió. No teníamos mucha idea de ir al hotel, pero no nos importaba. Tras 20 kilómetros andando, o eso contó ella años después a nuestros nietos, llegamos al hotel. Era un hotel pequeñito, acojedor y con una señora en recepción que nos era muy conocida. Nos miramos, los dos pensábamos lo mismo, nos reímos, pero supimos que no podía ser la misma persona. Una vez nos dio las llaves de la habitación, subimos, y antes de nada, investigamos. Era un momento genial para nosotros, se nos llenaba la cara de ilusión pensando donde podríamos cocinar aquella vez. Tras una larga búsqueda y dejar las maletas, me senté en la cama. Jane vino y se tiró encima mia. "Vamos a jamar tanto en el buffet que no vamos a caber por la puerta" me dijo. "Esto hay que amortizarlo, cielo". Nos reímos. Me dio un abrazo por detrás como aquella vez hacía unos años y me susurró al oído que no quería que esa semana acabase. La miré, "si esta semana acaba, vendrán muchas más, porque te voy a querer toda la vida". Puso esa cara suya de felicidad, mirando para abajo y nos besamos.

domingo, 28 de febrero de 2016

Italia, toda una sorpresa.

Acababa de subirse en el ascensor y ya la estaba echando de menos. Hablé con la recepcionista. Tras dos minutos, Jane apareció bajando por las escaleras, quejándose de cuanta gente usaba el ascensor y del por qué ella, que era vip, no tenía un ascensor propio. Lo gritaba en alto, la gente la miraba, y yo no podía aguantarme la risa. Nos dijimos a nosotros mismos que nos consideraríamos Vip, por el simple hecho de haber conseguido unas pulseras de todo incluido que alguien dejó olvidadas en la piscina.
-¿Nos vamos?- me preguntaste mientras me cogías de la mano. Sin parar de sonreir salimos de aquel hostal rumbo a las antiguas calles de Roma.
-¿Qué hablabas con la recepcionista?- me dijiste. -Es una sorpresa, espera y verás- te contesté. Me encantaba decirte que tenía una sorpresa para ti, porque ponías esa cara de 'Venga, dimelo, porfi, porfi' y yo no podía ser más feliz.
Íbamos andando lentamente, no teníamos prisa, estabamos tú y yo y no necesitaba más. Hablabamos de mil tonterías, mirábamos a la gente ir y venir poniendo caras extrañas y comentabamos entre risas lo que podían estar pensando. Paramos a cuatro o cinco personas preguntándoles dónde se podía comer una pizza de lentejas. La gente nos miraba alucinados, pensado que solo eramos una pareja extranjera que les hacía perder el tiempo. Lo mejor era cuando se iban, nos empezabamos a reir buscando la siguiente víctima. El día iba fenomenal.
Cuando decicimos comer por fin, no fuimos a ningún restaurante, ni buffet, ni bar, ni cerca de ningún monumento, ni estatua famosa. Nos fuimos a un parque natural en lo alto de la ciudad, desde allí se veía toda Roma.
Cuando estabamos a punto de llegar te tapé los ojos con mis manos y nos pusimos de frente a toda la ciudad. Te quité las manos de los ojos mientras te decía 'Te quiero tanto como calles hay en Roma'. Me miraste y me cogiste de la mano, no dijiste nada, simplemente sonreías y te besé. Como la primera vez.
Nos quedamos en ese sitio cerca de 4 horas, abrazados, a veces sin decir nada. No lo necesitaba. Estaba en el lugar que quería con la persona que quería, que amaba.

domingo, 17 de enero de 2016

Italia, la llegada.

De repente Santiago se calló. Giré la cabeza rápidamente y vi que se había dormido. Sonreí y de nuevo giré la cabeza para volver a mirarla. Llevaba tiempo haciéndolo mientras Santiago me contaba sus, como él lo llamaba, batallas de viejo loco. Se había quedado dormida, quizás debido al cansancio o quizás por la tranqulidad de que todo hubiera salido bien. Me habría gustado despertarla y decirle a la cara lo guapa que estaba. Sin embargo, me limité a verla dormir. Al rato recordé aquella película en la que una pasajera recibía un cabezado de un hombre que se sentaba a su lado. Me dió por reir. Recordé su risa de aquel dia, y es que la risa de Jane, -me dije-, la recordaría siempre.
Metí la mano en el bolsillo y vi la hora de aterrizaje. Pronto llegaríamos. Se me ocurrieron mil formas de despertarla , a cada cual más graciosa. Me imaginé su reacción, se que se reiría, lo sabía perfectamente. En cambio, le di un beso en la mejilla.
"¿Ya hemos llegado?, "Y ¿no hemos tenido un accidente ni nada? Pues que rollo. -Me dijo. Me lo dijo tan tranquila, como si no bromeara. Me quedé mirandola como quien mira un círculo perfecto dibujado a mano en la pizarra. Me encantaba, y siempre había sido así.
Nada más salir del avión, no sin antes habernos despedido de la pareja feliz de ancianos, nos pusimos a inventar todo tipo de palabras en italiano. Ambos discutiamos, pero discusiones muy nuestras,  sobre qué palabras sonaban más a italiano. Decidimos, a la vez, poner a prueba nuestras nuevas palabras inventadas en cuanto llegaramos al hostal. Recuerdo que la noche anterior, dijimos que nuestro lema sería 'Si hay hostal, hay amor' así que decidimos que en todos nuestros viajes, del cual sería testigo nuestro nuevo álbum de fotos, iríamos a un hostal.
Así pues, tras acordarlo, entramos en aquel extraño hostal hablando en un italiano inventando, muy alto y discutiendo. Llegamos a recepción y la gente se nos quedaba mirando. Rápidamente, Jane le dijo al recepcionista que nos querían engañar. Sin motivo, pero que nos querían engañar. "Porque somos españolini" dijo. Yo la miraba y me sentía el chico más feliz del mundo. Tenía muchas ganas de llegar arriba y empezar a reirme como un loco con ella.
Pasada la discusión, nos dieron las llaves y subimos en un viejo ascensor con pinta de haber sido sede de algún encuentro furtivo entre los dueños del hostal.
Nos propusimos empezar a buscar suciedad, poner hojas de reclamaciones, dos por día al menos, saltar sobre la cama, hacer algunos amigos, investigar algún asesinato en las cocinas, colarnos en estas para hacer tartas a escondidas...
Jane sonreía, con esta cara que pone cuando imagina algún plan, y yo no podía ser más feliz.
Llegamos a nuestra planta, empezaba algo, algo magnífico, nos sonreímos, nos dimos un beso, y abrimos la puerta.

lunes, 16 de marzo de 2015

16 de marzo, la boda.

Planes, muchos planes. Tantos, que decidimos casarnos. Cuatrocientos invitados, veinte tortillas y vasos de plástico para todos. '¿Dónde nos casamos?' surgió en la conversación. 'Si es contigo, donde sea' respondimos. Sitios, muchos sitios. Tantos, que hasta la tienda del chino nos valía.
Estoy nervioso, me aprieta la corbata. 'Y eso que yo siempre he sido muy de corbata', pienso. Miro a los invitados, no conozco ni a la mitad. Creo que el de la cuarta fila es el tipo al que preguntamos en la estación, ¿que hará aqui? Supongo que tiene un papel importante en mi vida.
'Estando juntos, no sé ni dónde estamos... Será porque te amo' suena en mi cabeza. Dulce canción. ¿Pero por qué se retrasa? Supongo que ya tendría que estar acostumbrado.
Sin embargo, sigo esperando. Un tal 16 de marzo, un dia más de esta historia sin final.

jueves, 12 de febrero de 2015

12 de febrero, la historia de Jack.

Hacía ya mucho tiempo que Jack escuchaba ese sonido. Era como cercano, pero a la vez lejano, no sabía explicarlo. Tampoco le había dado mucha importancia. A las seis y dos minutos de cada día lo oía. Y siempre, desde que recordaba, se acercaba a la ventana buscando el origen de tal suceso. 
Jack era un chico solitario, bastante normal en su opinión y con una imaginación impropia en un chico de su edad. Se divertía solo, y no tener muchos amigos no era algo que le disgustase.
Un día de primavera, mientras dibujaba, escuchó el sonido. Como cada día fue hacia la ventana. Giró la cabeza en todas direcciones, observó la iglesia, la cigüeña que habitaba encima, el parque lleno de niños riendo y allí se paró. Nunca antes se había fijado. 'No puede ser, me habría dado cuenta' se decía. Era la niña más guapa que había visto nunca. Quería bajar a decirselo, quería jugar con ella. Y allí estuvo toda esa tarde de primavera, mirándola por la ventana.
Llegó el dia siguiente. Se asomó. No estaba. Se puso muy triste. Había estado esperando todo el dia para ese momento. Pasaron las horas y sonó. Ese sonido volvía a nacer y allí estaba ella. Una llamarada le recorrió el interior, le ponía los pelos de punta. Así estuvo todos los días, todos y cada uno esperando el sonido. 
Pasaron los años, se inventó su nombre. Tenía miedo de decirle lo que sentía y que no volviera a aparecer. Habían pasado diez años y no era capaz de mirar a nadie como lo hacia con ella. Toda su vida había amado la marginación, le gustaba estar solo, pero cuando la miraba sentía que quería compartir su mundo con ella.
Llegó el día, se decidió a bajar. Hacía mucho frio, ella se reía con sus amigas. No había escuchado su voz pero se la podía imaginar. Se acercó, ella también lo hizo. Sin saber como se vio abrazo a ella. "Has tardado mucho", le susurró ella.
Compartieron el resto de su vida.